sábado, julio 26, 2008
El Cilindro II
Pasaron muchos ciclos hasta que Aban tomó la iniciativa. Ahora, el ente se dirigía decidido escaleras abajo, directo al cubículo donde moraba siempre Sabine. Allí, la pequeña pero infinitamente anciana ente del Olvido coleccionaba los múltiples cilindros gigantescos en donde almacenaba las almas de las personas que ella misma condenaba, sentenciadas a pasar el resto de sus días solo recordando el nombre y la existencia de Sabine.
Durante siglos, cinco entes han sido los que regían el comportamiento humano, la raza dominante del planeta, cinco entes que controlaban los cinco bastiones de la vida: recuerdo, olvido, euforia, melancolía y verdad. A lo largo del tiempo, muchos entes han sido los que han perecido consumidos por su propio poder. Carrión, de la Melancolía, es el decimoquinto ente que domina ese rasgo de la vida humana, pues sus sucesores y sucesoras fueron consumidas por su propia tristeza y desasosiego. La encargada de la Euforia, Maron, es la sexta que pisaba el Plano Etéreo, y Alecella de la Verdad, único rasgo de la vida del que lo humanos gozan de libre albedrío a la hora de aplicarlo o no, era la veinteaba.
Pero solo hay dos entes principales, los que con su trabajo conjunto forman la base de la vida humana y construyen el destino y porvenir de cada persona, y son aquellos los que poseen el tiempo medio de renovación más contrastado: Aban, del Recuerdo, es eterno. Jamás hubo otro ente que rigiese la memoria antes que él y jamás habrá ninguno que lo sustituya, pues el gran poder que ejerce el recuerdo en las personas hace que jamás desaparezca del mundo, pues jamás será olvidado. Y, en el otro extremo, se encuentra el ente del olvido, cuya existencia media no sobrepasa el par de meses y cuyo número de renovación era incalculable. La maldición del olvido… el hecho de no poder permanecer en el corazón de nadie, el ser borrado de todas las mentes al poco tiempo de aparecer, provoca que los encargados del olvido perezcan poco después de su aparición.
Y así fue siempre.
Hasta que llegó Sabine.
Ella fue la primera ente que se negó a ceñirse a las reglas. Se negó a desaparecer. El mero hecho de ser sustituida, como miles de sus predecesores, la llenaba de terror. Y, en su desesperación, creó los cilindros, enormes estructuras donde encerraba a humanos a los que previamente alteraba la mente, a los que obligaba a olvidar todos sus recuerdos para implantar solo el suyo, el de Sabine, obligándolos a recordarla el resto de sus días encerrados en aquellos recintos, cerca de ella, vigilándolos…
Pero aquello que aseguraba su supervivencia no era más que una intromisión descarada en el trabajo de Aban, pues él regía los recuerdos que habían de asentarse en el corazón de la gente. Recuerdos que Sabine saboteaba toscamente para implantar únicamente el suyo.
Al principio, Aban no se lo tomó muy a pecho. Fruncía el ceño cada vez que Sabine creaba un cilindro nuevo, pero supuso que, tarde o temprano, el método tendría una fuga y sería rápidamente olvidada y borrada del plano. Pero al pasar los ciclos, Aban comenzó a alarmarse… siglos pasaron y los cilindros aumentaban, cada vez con más rapidez, lo cual no solo concedía inmortalidad a Sabine, sino que su propio poder del olvido se antepuso al del recuerdo, y los humanos pronto comenzaron a sufrir graves pérdidas del pasado, como descubrimientos, avances y sentimientos.
No aprendían de errores pasados, no se alegraban al recordar situaciones felices y no lloraban por sus muertos. Muchos caían enfermos incapaces de recordar ni como se salía a la calle desde sus casas, o simplemente se convertían en máquinas cuyo único objetivo era vivir el presente, sin considerar la sabiduría adquirida en experiencias ya vividas.
Y, además, de todo eso, estaba el orgullo de Aban.
Nunca, jamás, permitiría que otro ente le solapase. Le anulase. Él era el ente eterno, el ente del Recuerdo, el que siempre había respetado el equilibrio entre memoria y olvido, y que ahora exigiría que se hiciese lo mismo.
El destino de Sabine era el de desaparecer.
Y el se encargaría de que ese destino se cumpliera.
Con la furia aflorando con cada nuevo peldaño descendido, Aban apartó un rojizo mechón de su cabello que con la agitación había asomado por su cara. Generalmente era un ente tranquilo. Era la primera vez en toda su larga existencia que se notaba tan furioso y agotado, cosa que, en cierto modo, le sorprendió.
Ninguna cría le miraría con superioridad. Nadie se opondría a su mandato, nunca.
En aquel momento, justo cuando había llegado ante la adusta puerta de madera oscura y carcomida que aislaba el cubículo de Sabine, sentía que le daba realmente igual que la pequeña fuese un ente con un poder equivalente al suyo: tenía la urgente necesidad de castigar a alguien y no se iba a contener engañado por su apariencia de niña inocente.
Sin embargo, se detuvo antes de aporrear violentamente la puerta. Maron y Carrión le respetaban, mas si ahora mostraba un comportamiento indigno podría truncar su relación con ellos. Pese a que aquella situación le era totalmente desconocida, no permitiría tampoco que el nerviosismo le venciese, así que tras respirar hondo un par de veces, consiguió calmarse, y golpeó con suavidad la vieja puerta de madera.
- Sabine. – Dijo con voz firme- Ábreme. Ahora.
Pasaron unos segundos en donde Aban aguardó tras la puerta, paciente. El mandato que le acaba de imponer a Sabine era, a pesar del tono, pura cortesía. Las escasas puertas del Plano Etéreo siempre estaban abiertas.
No pasó mucho tiempo hasta que con un chirrido la puerta se abrió, quedando entornada, y mostrando por una fina rendija media cara de Sabine, la cual tenía el único ojo visible entrecerrado, clavado en Aban.
- ¿Qué? – preguntó con descortesía.
Aban se quedó mirándola, sin agachar ni un ápice la cabeza a pesar de la evidente diferencia de estatura. Durante unos tensos instantes, ambos cruzaron miradas. Aban sabía perfectamente que Sabine conocía la razón de su visita. Era una cría endemoniadamente lista, y ese era el mayor problema.
De pronto, con un brusco gesto, Aban alzó el brazo y abrió la puerta de par en par de un solo golpe, provocando que ésta chocase con la pared interior con un ruido que generó estruendosos ecos a lo largo de las vacías escaleras. Sabine profirió un grito de sorpresa y saltó hacia atrás para no ser golpeada por la puerta, pisando su túnica (mucho más larga que su estatura) y cayendo hacia atrás con un gemido.
Aban entró imponente en el cubículo, más grande y espacioso que cualquier palacio humano, pero insignificante comparado con la basta extensión del Plano Etéreo. Una vez dentro, dirigió su mirada hacia el oscuro interior, ignorando completamente a una quejosa Sabine.
- ¿¡Qué demonios te crees que estás haciendo, estúpido!? – chilló la chiquilla mientras se incorporaba con torpes movimientos - ¡este es mi terreno! ¡fuera! ¡sal! ¡vete!
Aban hizo caso omiso de Sabine y escudriñó el fondo de la estancia. Por fin, pareció divisar aquello que estaba buscando y, con un brusco movimiento, se agachó y agarró a Sabine por el cuello de su ancha túnica.
La niña emitió un quejido de protesta, que pronto se convirtió en un cúmulo de chillidos rabiosos cuando Aban comenzó a caminar hacia la profunda oscuridad del cubículo, arrastrando con él a Sabine.
- ¡Suéltame! ¡suéltame, desgraciado!- gritaba la niña- ¡suéltame de una vez!
Tras unos escasos segundos de caminata, Aban acabó por lanzar a la pequeña hacia delante. Sabine gritó al perder el equilibrio y emitió un ruido sordo al golpearse contra una dura pared metálica.
Habían llegado a los Cilindros.
Aban conocía la existencia de los cinlindros desde el primero que se creó, pero nunca los había visto directamente. El poderoso ente del recuerdo tuvo que hacer un gran esfuerzo de autocontrol para no arremeter contra la pequeña que se incorporaba unos pasos delante suyo al ver semejante colección macabra.
A su frente, cientos y cientos de cilindros se amontonaban. Cilindros enormes, cerrados por portentosas cadenas cuyas cerraduras lucían la forma de unas firmes manos enlazadas.
El pensamiento de lo que portaban aquellos cilindros hizo estremecer a Aban, que, con una mueca de rabia, acabó por volver a agarrar a Sabine del cuello para incorporarla con brusquedad, manteniendo la mirada de la chiquilla ante el metal.
- ¿Ves esto, Sabine? –preguntó Aban, procurando mantener la calma- ¿Sabes realmente lo que contiene todo esto?
Sabine entornó los ojos y miró sobre el hombro a su captor.
La mirada de “pues claro que lo se, idiota, los he hecho yo” hizo que en la calma de Aban se abriese una brecha y el ente estampara contra la pared del cilindro a la pequeña, que aulló de dolor.
- No tienes ni idea, niñata, ni idea de lo que hay aquí dentro. –repondió el mismo Aban con un siseo- Nosotros, Sabine, no envejecemos, somos eternos hasta el poder que se nos otorga nos consume- el ente hizo una significativa pausa antes de añadir… - os consume.
La presión del fuerte brazo de Aban se suavizó un poco y separó a Sabine del metal, pero sin soltarla. La niña se llevó las manos a la cara y se limpió el hilo de sangre que, a causa del golpe, le brotó de la nariz.
- No me des lecciones morales, pelirrojo – replicó Sabine con voz nasal- No las necesito, ni las quiero.
- Oh, ¿no las necesitas? ¿no las quieres? – preguntó, inquisidor, Aban, a la vez que por fin soltaba a la niña con gesto altivo- ¿y entonces porqué en lugar de vaciar y volver a llenar un mismo cilindro, fabricas nuevos? Es un gasto de energía innecesario, ¿no te parece? Con lo fácil que sería limpiarlos por dentro y reutilizarlos…
Aban pasó al lado de Sabine y se aproximó al cilindro más próximo, el cual mostraba una diminuta mancha de sangre en la pared, provocada por el golpe de Sabine.
El ente posó suavemente su mano sobre el metal.
- Este cilindro se ve más gastado que los demás, ¿no Sabine? Dime, ¿fue tu primer logro?
Sabine miraba alternativamente al cilindro y a Aban, el cual observaba el cilindro atusándose la perilla de forma inquisidora.
Empezó a ponerse nerviosa.
- ¿Qué haces? – preguntó estrechando los ojos, con tono de advertencia.
- Oh, así que este fue tu primer juguete – Aban miró con desdén a la pequeña, a la vez que la mano que apoyaba en la pared del cilindro comenzaba a emitir un destello blanquecino - ¿no quieres echar un vistazo a tus amigos?
Fue Sabine quién perdió entonces el control, y con los ojos desorbitados se abalanzó sobre Aban, intentando detenerle.
- ¡No! –chilló.
Pero ya era tarde: en menos de un segundo, el ente manipuló el recuerdo de la enorme cadena de manos entrelazadas, y lo borró de toda memoria, incluida la de Sabine, desafiando al poder de ésta con una descarada intromisión en su propio campo: la desaparición de recuerdos, el olvido.
Aban esbozó una media sonrisa al ver la mueca de dolor en el rostro de Sabine al comprobar que el poder de Aban se había solapado al suyo.
“Ambos podemos jugar a lo mismo, pequeña” –pensó, disfrutando de la fugaz sensación de dominación que le proporcionaba superponer su poder al de su igual.
Y, al desaparecer de las memorias, la cadena dejó de existir, y con un destello blanco se deshizo en la oscuridad.
Sabine gritó con horror al ver que las puertas del cilindro se abrían bajo la presión de los montones de cadáveres que se apelotonaban a la entrada, cadáveres de personas que murieron encerradas en el limitado recinto y en una vida de desgracia, obligados a recordarla prisioneros para toda su existencia, inmersos en la locura y la desesperación.
Un simple vistazo al montón de muertos, sorprendentemente bien conservados debido a las condiciones totalmente aisladas y estériles del cilindro, podía desvelar las terribles muertes que allí dentro acontecieron: mordiscos y cortes en piernas y caras, brazos desgarrados y cuerpos partidos mostraban signos de canibalismo al agotar los alimentos de los que disponían, mutilaciones y posiciones terriblemente vejatorias mostraban comportamientos salvajes debidos al encerramiento y a la anulación completa del ser y del pensamiento, a verse este solapado por un único nombre y obsesión: Sabine.
La niña se arrodilló frente a la pila nauseabunda de muerte, tapándose la nariz con un gesto de asco al percibir el tremendo olor a cadáver que salió a modo de ráfaga del cilindro. Le temblaban brazos y piernas, mas en sus ojos desorbitados por la horrible visión no se leyó compasión ni arrepentimiento, sino una profunda rabia mezclada con una tremenda repugnancia.
Una fugaz mirada a la base del montón de cadáveres le rebeló la presencia de dos cuerpos idénticos, aplastados bajo la tonelada de carne muerta que se amontonaba ante las puertas. Sabine miró a las gemelas con desprecio, aunque no pudo reprimir cierta risilla macabra cuando comprobó que una de ellas se hallaba tendida boca arriba, con su escuálida y grisácea tez deformada por una mueca de pánico y terror.
Pero pronto la risa se convirtió en un grito ahogado cuando Aban la volvió a agarrar por el cuello y, tras levantarla con brusquedad, acercó su cara hacia esa misma faz de la que segundos antes se burlaba.
Sabine tuvo que reprimir una arcada.
- ¿Te hace gracia, mi pequeña? – siseó Aban- ¿te resulta divertido, mi niña?
Aban restregó la cara de Sabine por la del cadáver con saña, destruyendo el frágil y seco rostro de la muerta con la cara de la niña.
Sabine pataleó histérica mientras sus gritos quedaban convertidos en un sonoro murmullo al verse amortiguados por la carne de cadáver que se rompía con su contacto.
Por fin, Aban la levantó con brusquedad, dio media vuelta y, sin dejar de agarrarla por el cuello de la túnica, se encaminó de vuelta a las escaleras, llevando consigo a rastras a Sabine, que comenzó a llorar histéricamente.
- ¡Te odio, cabrón! ¡te odio! – maldecía la niña gritando con voz desgarrada- ¡haré que te disuelvas en la nada, maldito pedazo de mierda! ¡SUÉLTAME!
Pero Aban hacía caso omiso a sus protestas, y con paso decidido alcanzó la puerta del cubículo, la traspasó y comenzó a subir las escaleras.
El castigo está apunto.
Sabine iba a pagar por lo había hecho.
Iba a pagarlo, y bien.
Sin embargo, tras unos cuantos peldaños, Aban detuvo con brusquedad su paso, aun con una Sabine furiosa y berreante a rastras.
El ente alzó la mirada y observó a la mujer que, unos pocos peldaños más arriba, lo observaba impasible con su único ojo visible, ya que el otro se hallaba oculto tras un espeso mechón de cabello blanco.
- Alecella… -dijo Aban, algo contrariado por la interrupción de su marcha- ¿qué haces aquí?
La joven que ocupaba el título de ente de la verdad no le respondió enseguida. Alzó un poco la mirada y clavó su plateada mirada en el foco de los gritos, que al escuchar su nombre había decidido apaciguarse un poco. Sabine la observaba entre sollozos, sin ocultar el odio y la rabia que en aquellos momentos sentía.
Luego, Alecella volvió a dirigir la mirada hacia Aban.
- Escuché gritos aquí abajo, ¿ocurre algo?.
Aban se la quedó mirando unos segundos. A continuación, elevó con brusquedad el pequeño cuerpo de Sabine. La niña soltó un grito de protesta ante el brusco tirón, pero no volvió a chillar.
- Sabine necesita ciertos… azotes. –sentenció Aban. Y volvió a bajar a la pequeña, que había cambiado su griterío por una actitud rígida, con mirada desafiante pese a su clara situación de desventaja. – Y ahora, aparta de mi camino.
Alecella se hizo suavemente a un lado y Aban pasó con paso firme a su lado, prosiguiendo su camino hacia las partes altas del plano.
Soportando aun el firme arrastre del ente del recuerdo, Sabine cruzó una mirada con la inmóvil Alecella, que observó tranquila como la pequeña y Aban desaparecían escaleras arriba.
Cuando Alecella perdió de vista a ambos, dirigió su mirada escaleras abajo, y tras unos segundos de reflexión, comenzó a descender suavemente hacia la entrada del cubículo.
Con sigilo, se asomó por el borde de la puerta y observó su interior.
Tras unos segundos, suspiró.
- Y ahora quién limpiará todo eso…
***
***
Bué, y esta es la continuación de El Cilindro, relatillo que publiqué aquí hace un tiempo, y que además está ligado con Proyecto Jhakeva, ya que Alecella es ésta de aquí. (y no, el cómic no está abandonado :)
En un principio, no iba a haber continuación, pero me gustó la idea y decidí explotarla un poco más, además de que me ha servido para completar algunos huecos en la historia de Proyecto Jhakeva, que nunca viene mal.
Por cierto, la imagen de entrada en un principio iba a ser con Sabine y Aban, pero al final me hice un lio, no terminé de visualizarlos como quería, y como el dibujete de Sabine me gustaba... pos ala x)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
8 comentarios:
Esa niña se merece una buena azotaina... XD
Le doy la razón a Aban, con uno o dos cilindros reutilizados periódicamente llega, digo yo...
Ah, y por supuesto, genial que te ha quedado.
*__* Que guay!
La primera parte de este relato me encantó! (y esta también xD) No me imaginaba que tendría continuación.
Y es un alivio saber que sigue el Proyecto Jhakeva ;)
Muy buenas Miri, hacía mucho que no visitaba a los amigos de la bloggalaxia asi que es un gusto ver que aun estás al pie del cañon. Quiero felicitarte por tus mejoras en el campo del dibujo, la imagen cabecera de este post tiene muy buena calidad.
Y nada, me alegra muchísimo que sigas online, innovando y trabajando en lo que te gusta. Un fuerte abrazo y como se que te va a gustar y como no quiero ponerte publicidad en tu espacio a ver si hablamos por msn y te comento unas cosas a ver que te parece... ok mi msn es rurru24@hotmail.com o rubenjaen@frickalia.com ok? un abrazo
waaa!! me ha encantao, decidi dejar el relato para leerlo en una escapada en el curro y asi entretenerme, y veo que hice bien, derrochas imaginacion muchacha, y conseguir unir el relato del cilindro, uno de los que mas me gustan por cierto, con tu proyecto jhakeva es para quitarse el sombrero, chapeau
gracias por alegrarnos las mañanas de curro y las que no son de curro y las tardes y toooooooo XD
Mirii!! Me encanta,, tienes una imaginación taaaan.. taan.. desbordante ^o^ Deberías escribir libros ^D
Ahh,, la tira anterior es muuy masmolona xD
Es por no poner dos comentarios seguidos.. que me fui de vacaciones y no te pude comentar :3
¿Diviso una pareja de novelistas? Cada vez quedo más impresionada ^^
Besotes
Montones de cilindros llenos de cadaveres... Diox, es tan macabro... tan... GENIAL!
Me encanta!!!!
está muy bien tu blog, muy limpio, se ve que eres creativa, tiene muy buen aspecto
Publicar un comentario