Y no por ser muy lista
o saber escribir, cantar y dibujar
Nana era una niña especial,
Una niña algo rara,
ya que allá por donde iba,
veía calaveras algo macabras.
Los pajaritos calavera, ella los llamaba
que aparecían por la avenida,
en la calle por donde paseaba,
hasta en las sopas mejor cocinadas.
Y es que los pajaritos calavera aparecían
donde un peligro acechara.
Suavemente se mecían
advirtiéndo a Nana que no se acercara.
Una vez los encontró cerca de un cruce,
con coches veloces que pasaban sin parar
Nana se lo encontró de bruces
y sin cruzar, tranquila volvió a casa a cenar.
Otro día lo vio cerca de unos balcones viejos.
El pajarito calavera volaba cerca, en círculos,
mas cuando Nana vio desprenderse los tejos,
se alejó de allí, caminando bajo techos más duros.
A veces, los pajaritos estaban hasta en la escuela
y volanban cerca del bruto de Eustaquio.
Miraban a Nana con cautela,
y ella se alejaba hasta la otra punta del patio.
En conjunto, Nana era una niña feliz
Sin preocupación alguna
Ya que, ¿para que sufrir,
si los pajaritos calavera la tratan con cura?
Mas, un día, Nana de su cama se despertó
y no pudo retener una mirada de horror
cuando vio al pajarito calavera
posado en su corazón.
- ¡Pajarito, pajarito! –susurró-
equivocado estás,
¡ese es mi corazón!
El pajarito calavera la miró un instante,
con sus ojos huecos,
y le contesto sin talante:
- No, Nana, Nanita, no.
Equivocado yo no estoy
pues aquí donde voy,
es donde hay mayor peligro de dolor y desesperación.
Pues aquí donde estoy,
es justo donde está tu corazón.
Nana se aterró ante estas palabras
¡y como no estarlo!
Su corazón le traicionaba
¡qué final tan macabro!
La niña, muy asustada,
se levantó de su cama
y tras salir por la ventana,
Corrió y corrió durante toda la mañana.
Tras varias horas de carrera
Nana se detuvo, cerca de una chumbera
Y tras comprender que esta vez no podría escapar
Se tiró al suelo
Y se puso a llorar.
El pajarito calavera, que aun seguía posado en su pecho
La miró tranquilamente, con sus ojos siempre huecos
Y tranquilamente esperó
A que Nana tomase una decisión.
Y Nana la tomó:
El peligro era malo, no le gustaba
Y si su corazón era lo que la amenazaba
Con su mano misma se lo quitó.
Lo sacó por su boca, como escupiendo una mala hierva.
El pajarito calavera de su pecho se apartó
y voló hasta el desprendido corazón,
que Nana agarraba con la diestra.
Con una sonrisa de alivio, Nana tiró el objeto despreciable
El pajarito calavera desapareció,
y la niña, ya muy estable,
volvió a su habitación.
Y así fue como Nana,
la niña sin corazón,
jamás ya sintió dolor.
Si un amigo le traicionaba,
si fallecía un familiar,
si un ser querido le faltaba,
y ante cualquier gran pesar.
Nana ya no lloró nunca,
jamás sufrió,
nunca albergó una pizca de dolor,
pues ya no tenía corazón.
Mas tampoco se la vio desde entonces sonreír,
ni jugar,
ni reír.
Tampoco bailaba en las fiestas,
ni se emocionaba en los cumpleaños,
no descansó más en sus siestas,
ni jugó con la espuma cuando tomaba un baño.
Nana renunció a su corazón,
renunció a él por la promesa del dolor,
mas, cegada por el temor,
no vio la promesa del amor.
Y Nana siguió siendo una niña singular,
y no por ser muy lista
o saber escribir, cantar y dibujar.
Mas desde entonces no vio más a los pajaritos calavera
Pues, ¿Qué peligro podría ella sufrir?
Desde entonces fue solo fue Nana,
La niña maniquí.