La puerta que nunca se abrió.

Resulta paradójico que cuantas más ganas siento de escribir sobre algo personal, porque necesito desahogarme o simplemente porque me apetece contarlo, más metáfora y dobles sentidos uso en el escrito, protegiendo aquello que quiero o necesito contar, porque en realidad, por mucho que quiera contarlo, tengo miedo de que la gente se entere de ello.

Al final salen textos enrevesados, para la mayoría de la gente inverosímiles o que muy pocas personas entienden, y los que consiguen sacar algo en claro son, generalmente, gente cercana a mi o aquellas personas que saben de que va la cosa.
A veces resulta divertido ver cuantas teorias pueden salir en base a lo que escribo, muy alejadas, en su mayoría, a lo que quiero expresar, y en algunas ocasiones es hasta emocionante comprobar que alguien si que llega a la conclusión verdadera, que adivina los sentimientos ocultos bajo toneladas de metáforas y descubre aquello que he yo misma he expuesto y ocultado a la vez.

Generalmente, es gente que de alguna u otra forma sabes que podría llegar a descubrirte. Personas que te conocen bien y a las que es más difícil engañar con las palabras. Que leen entre líneas, que desechan las bonitas frases que hacen de enredadera para atrapar y despistar a aquel que prentende llegar al corazón del texto, a la verdadera razón del mensaje. Esquivan las palabras y expresiones que actúan como cepos, cazando al lector que intenta llegar hasta esa puerta que se ha dejado abierta solo por una vez, queriendo ver ese interior siempre oculto y cerrado a los demás.

Mucha gente se lia en las enredaderas y florituras que crean las palabras, se distraen con un párrafo que en realidad no tiene sentido alguno y pierde de vista esa puerta. Y eso está bien: las zarzas y cepos están puestos ahí para detener al que ose acercarse a la verdadera razón del escrito, pues, aunque la puerta esté abierta (ya que de vez en cuando hace falta que entre aire, o todo lo que hay allá dentro podría perecer), la entrada a lo que se esconde, o simplemente el acercarse a echarle una ojeada a lo que hay dentro, a que se sepa que se oculta con tanto empeño... sigue dando miedo.

Lo gracioso es que aquello que permanece tras la puerta no tiene por qué ser algo importante: un recuerdo bonito que se teme ensuciar, unas palabras que quedaron grabadas en el corazón y que podrían convertirse en un punto débil, o bien otro tipo de sentimientos, que si bien mucha gente puede darse cuenta de ellos, son de difícil expresión.

La puerta no siempre oculta las mismas cosas, pues una persona cambia a lo largo del tiempo y sus inquietudes varían con su personalidad y entorno. Y eso nos pasa a todos, pero cada uno tiene una forma distinta de llevarlo.

Posiblemente poca gente entienda la verdadera razón de este post. Es más, creo que ni siquiera yo lo se, solo quería escribir algo... así que me senté ante el monitor, y esto ha sido lo que ha salido.

Las teorías sobre su significado, las dejo a vuestra elección. A veces hay tantas enredaderas alrededor de la puerta que ni tan siquiera yo soy capaz de divisar lo que esconde...