lunes, mayo 06, 2013

Ojo del Huracán



A veces el ojo del huracán se te hace demasiado grande.
A veces tanta calma te resulta agobiante.
A veces quieres que el huracán te atrape de nuevo y todo vuelva a moverse otra vez.

Es curioso. Los que están en las paredes del huracán, en plena tormenta, con todos los vientos a su alrededor, algunos empujándoles hacia delante y otros golpeándolos hacia atrás, miran con ansia desesperada a esa zona tranquila, a ese centro, a ese ojo, ese lugar donde la gente está tranquila. Sentada. Tumbada. A veces mirando a los que están atrapados en los vientos, a veces sumidos en sus propias cosas.

Pero esas personas que están en el ojo siempre son la envidia de todas aquellas que están en plena tormenta de vientos. Porque están tranquilas. Porque nada las golpea... y tampoco nada las empuja.

Todos hemos estado en esos muros de vientos y todos hemos mirado con envida a los que están tranquilos en el ojo. Todos hemos pasado por momentos en donde nos han dado con fuerza hasta tirarnos al suelo para luego volver a levantarnos de forma violenta y seguir volando, de forma caótica, pero siempre con una cierta dirección: todos hemos tenido que luchar por alcanzar nuestras metas, todos hemos sido arrastrados al intentar seguir adelante con tanto viento en contra, y todos nos hemos dejado el aliento intentando no perder de vista nuestro objetivo. Nuestro ojo del huracán.

Y el caso es que, casi todos, solemos alcanzar el ojo del huracán. Quizá no tanto por nuestra lucha, sino porque el mismo huracán es el que pasa y nos deja ahí, en medio. Sin viento. Sin movimiento. Sin nada.

A veces no es cuestión de luchar para salir de los vientos, a veces simplemente hay que evitar que esos vientos te arrojen fuera. A veces solo hay que ser constante, ser fuerte, mantener tu posición y esperar a que sea el mismo huracán el que te sitúe en su ojo.

Y cuando alcanzas ese centro... cuando dejas de notar los aires desordenados mareando de un lado a otro, cuando por fin miras hacia arriba y ves luz en lugar de polvo moviéndose frenéticamente... cuando llegas ahí y ves a los demás compañeros que por fin han alzado su meta, su objetivo, lo que sea que quisieran conseguir al llegar allí... te sientes feliz. Sientes ese inmenso alivio que siente el que por primera vez en mucho tiempo tiene un descanso.

Y eres feliz.

Y te sientas.

Y descansas.

Y dormitas...



... pero pasa el tiempo.

Y sigues ahí. En ese ojo.

No hay viento. Todo está quieto.
Y entonces te das cuentas de que no solo el aire se ha parado. Que nada se mueve... que nadie se mueve.

Decides levantarte, y lo que al principio te parecía la gloria, empieza a ser una cárcel... una cárcel cuyos barrotes son los inmensos muros de viento que te rodean, girando con cierto orden dentro su caos. Ves a la gente en esas paredes. Ves a la gente atrapada en los vientos del huracán.

Ves a la gente que se mueve.

Y, de pronto... esa felicidad inicial queda distorsionada, indefinida.

Sabes que no quieres volver a sufrir el golpe de los vientos... pero sabes que eso conlleva que tampoco jamás volverás a sentir el impulso del aire que te obliga levantarte. Que te hace volar. Que te hace... seguir.

Y sabes que deseas paz. La paz de la seguridad. La paz que te da ese ojo del huracán que tanto te costó alcanzar. Pero sabes que esa paz está cercada... y que no volverás a moverte.

Al final, lo único que queda  a los que alcanzan el ojo del huracán, al no tener sentido lanzarse de cabeza a las corrientes que tanto trabajo les costó superar, es sentarse, y esperar con calma y quietud a que el huracán, en su movimiento, les vuelva a alcanzar. Mirando a la gente que vuela entre sus vientos.

Observando como esas personas atrapadas los miran con envidia...

...sin saber que los envidiados son ellos.

4 comentarios:

Fénix dijo...

El ser humano es inconformista por naturaleza y nunca estamos a gusto con nada, pero aun así te entiendo perféctamente porque yo llevo pasando por esa sensación desde hace 2 años.

Es cierto que deseamos la paz y la tranquilidad cuando no tenemos tiempo ni de respirar y la vida nos está zarandeando de un lado para otro, pero aun así prefiero mil veces esa sensación antes que la del "ojo del huracan".

Esa sensación de que no pasa nada, en la que puedes contar cada minuto que pasa mientras sientes que tus pies echan raices y te cubres de polvo es infinítamente peor que las paredes del huracan, ya que al menos en las paredes del huracan te sentias vivo y cada momento era una continua lucha que peleabas con la ilusión de ver tus sueños cumplidos. Así que puestos a elegir yo también prefiero la caótica y estresante pared del huracan a la sensación de ser un muerto en vida que te da la paz del ojo.

Roland Blaucel dijo...

Es que la realidad de nos rodea hoy por hoy no nos da muchas alternativas una vez hemos recorrido un camino. Y encima es tan facil seguir haciendo cosas cuando ya estás en marcha, pero claro, te tomas un descanso y sin darte cuenta ese descanso se hace enorme, y viene el ¿y ahora qué?
¡Madre mía, me has pillado en un momento de darle vueltas a más o menos ese tema y ahora me voy a ir a acabar durmiendo tarde!
Fíjate, si al final le estoy dando tantas vueltas que lo comento por aquí y por el Caralibro...
Sea como sea no tenemos que olvidar que las riendas de nuestra vida nos siguen perteneciendo y que aún nos podemos tirar al huracán, solo que no sabemos con qué nos vamos a topar esta vez y, la verdad, da un poco de miedo.

El Jose dijo...

- ¡Oh capitán, mi capitán! ¡que se ha parado el viento de repente!

- Pos que la tripulación aproveche a meterse una siesta y un trago ron y luego a joderse, arremangarse y a sacar los remos...

- ¿Y si entramos en otra tormenta y naufragamos, mi capitán?

- Pues casi mejor que quedarnos aquí y morirnos de aburrimiento.

- ¿Qué rumbo cogemos, capitán?

- ¿Tú tienes ni puta idea de dónde estamos ahora mismo?

- Pues no, mi capitán.

- ¿Se ve tierra?

- No, mi capitán.

- Pues tira pa donde parezca más tranquilo y vete echando la caña porque me da que antes de tocar tierra vamos a tener que comer varios días por el camino...

Lenne dijo...

Genial metáfora ;) A mí también me agobia la ansiada rutina, creo que cuando eso paso hay que ser valiente y tirar para adelante y arriesgarse, sea cual sea el resultado, nunca sabrás cuál es si no lo intentas.. Sólo hazlo :) ¡Un beso!