miércoles, mayo 22, 2013

Bye, Bye, Flame... (I)



Parece mentira que haya tardado tanto tiempo en terminar de leer Full Metal Alchemist...
Supongo que en el fondo me daba pena. Pena saber que ya se termina una serie que significa más para mi que lo que representa un simple shonnen.

No solo es el hecho de que es una obra muy, MUY buena, tanto en manga como en anime, sino también la época que representa para mi. Mi época más feliz en la universidad, mi primera inspiración para las tiras de parodia y... bueno, gracias ella me di a conocer en la red (más o menos XD)

Muchos recuerdos, muchos momentos vividos teniendo de fondo el fangirlismo absoluto por la serie y por Roy Mustang y muchos buenos recuerdos.

...

Su final no podría sino inspirarme una nueva minisaga de tiras. Como antaño. Pero dibujando mejor. Al menos un poco. Al menos con las viñetas cuadradas y no amorfas, digo.

Originalmente esta saga, "Bye, Bye, Flame", está siendo publicada en mi cuenta de subcultura general (aquí), junto con el resto de sagas del blog y páginas webs, y justo al lado del webcómic que abrí exclusivo para mi primer "Aprendiendo de Mustang" (aquí), pero dado que algunas personas me han preguntado dónde se puede leer (una de ellas en un comentario en este blog) y otras directamente me han pedido que las suba aquí... pues la subo aquí también.

Al fin y al cabo, las tiras con Roy Mustang empezaron aquí, y deberían seguir aquí (aunque ahora se incorpora un nuevo personaje objeto de mis obsesiones, juanjua...)

Así pues, léanla donde quieran: en Subcultura, o en Gothic Paranoid. En Subcultura estarán por motivos prácticos. Aquí, por motivos nostálgicos.

O no la lean, yo que sé xD


Bienvenido a casa, Mustang.




lunes, mayo 06, 2013

Ojo del Huracán



A veces el ojo del huracán se te hace demasiado grande.
A veces tanta calma te resulta agobiante.
A veces quieres que el huracán te atrape de nuevo y todo vuelva a moverse otra vez.

Es curioso. Los que están en las paredes del huracán, en plena tormenta, con todos los vientos a su alrededor, algunos empujándoles hacia delante y otros golpeándolos hacia atrás, miran con ansia desesperada a esa zona tranquila, a ese centro, a ese ojo, ese lugar donde la gente está tranquila. Sentada. Tumbada. A veces mirando a los que están atrapados en los vientos, a veces sumidos en sus propias cosas.

Pero esas personas que están en el ojo siempre son la envidia de todas aquellas que están en plena tormenta de vientos. Porque están tranquilas. Porque nada las golpea... y tampoco nada las empuja.

Todos hemos estado en esos muros de vientos y todos hemos mirado con envida a los que están tranquilos en el ojo. Todos hemos pasado por momentos en donde nos han dado con fuerza hasta tirarnos al suelo para luego volver a levantarnos de forma violenta y seguir volando, de forma caótica, pero siempre con una cierta dirección: todos hemos tenido que luchar por alcanzar nuestras metas, todos hemos sido arrastrados al intentar seguir adelante con tanto viento en contra, y todos nos hemos dejado el aliento intentando no perder de vista nuestro objetivo. Nuestro ojo del huracán.

Y el caso es que, casi todos, solemos alcanzar el ojo del huracán. Quizá no tanto por nuestra lucha, sino porque el mismo huracán es el que pasa y nos deja ahí, en medio. Sin viento. Sin movimiento. Sin nada.

A veces no es cuestión de luchar para salir de los vientos, a veces simplemente hay que evitar que esos vientos te arrojen fuera. A veces solo hay que ser constante, ser fuerte, mantener tu posición y esperar a que sea el mismo huracán el que te sitúe en su ojo.

Y cuando alcanzas ese centro... cuando dejas de notar los aires desordenados mareando de un lado a otro, cuando por fin miras hacia arriba y ves luz en lugar de polvo moviéndose frenéticamente... cuando llegas ahí y ves a los demás compañeros que por fin han alzado su meta, su objetivo, lo que sea que quisieran conseguir al llegar allí... te sientes feliz. Sientes ese inmenso alivio que siente el que por primera vez en mucho tiempo tiene un descanso.

Y eres feliz.

Y te sientas.

Y descansas.

Y dormitas...



... pero pasa el tiempo.

Y sigues ahí. En ese ojo.

No hay viento. Todo está quieto.
Y entonces te das cuentas de que no solo el aire se ha parado. Que nada se mueve... que nadie se mueve.

Decides levantarte, y lo que al principio te parecía la gloria, empieza a ser una cárcel... una cárcel cuyos barrotes son los inmensos muros de viento que te rodean, girando con cierto orden dentro su caos. Ves a la gente en esas paredes. Ves a la gente atrapada en los vientos del huracán.

Ves a la gente que se mueve.

Y, de pronto... esa felicidad inicial queda distorsionada, indefinida.

Sabes que no quieres volver a sufrir el golpe de los vientos... pero sabes que eso conlleva que tampoco jamás volverás a sentir el impulso del aire que te obliga levantarte. Que te hace volar. Que te hace... seguir.

Y sabes que deseas paz. La paz de la seguridad. La paz que te da ese ojo del huracán que tanto te costó alcanzar. Pero sabes que esa paz está cercada... y que no volverás a moverte.

Al final, lo único que queda  a los que alcanzan el ojo del huracán, al no tener sentido lanzarse de cabeza a las corrientes que tanto trabajo les costó superar, es sentarse, y esperar con calma y quietud a que el huracán, en su movimiento, les vuelva a alcanzar. Mirando a la gente que vuela entre sus vientos.

Observando como esas personas atrapadas los miran con envidia...

...sin saber que los envidiados son ellos.