Ariatte se quedó mirando al joven durante unos segundos más. Caríode estaba muy seguro de lo que deseaba, y no parecía estar dispuesto a marcharse de allí sin aquello que había demandado.
La diosa cerró sus ojos translúcidos, y agachó la cabeza, pensativa.
Comenzó a buscar…
El muchacho la observaba , con los puños fuertemente cerrados, notando como finalmente el nerviosismo comenzaba a invadirlo. Por fin… así de sencillo. El último suspiro de Calisto… su último deseo, su única seña de que había existido en aquel mundo. Y ahora él sería quien lo guardaría. Quién se encargaría que de que nunca nadie se atreviera a olvidarla.
Tras unos segundos de ansiosa espera, que a Caríode le parecieron eternos, Ariatte volvió a abrir los ojos y lo miró. Caríode enseguida se dio cuenta de que algo no iba según lo previsto: entre la profunda tristeza en los ojos de la diosa, el joven distinguió un deje preocupación.
Y reconocimiento.
- Calisto- sonó la profunda voz de la diosa- Calisto, de negra y espesa cabellera y ojos negros, vivaces aun ante las puertas de la muerta. ¿Es ella tu Calisto?.
Caríode dio un paso al frente, impaciente.
- ¡Sí, es ella! ¿posees entonces su suspiro?.
Ariatte sostuvo la inquieta mirada del muchacho durante unos instantes. Esta vez fue ella quien bajó la mirada ante los expectantes ojos de Caríode.
- Hacía mucho tiempo que nadie me necesitaba, joven señor –dijo Ariatte con voz apenada- y poco recuerdo de la época en donde cada día mi cuerpo se hacía más nítido gracias al último susurro de desesperación de los presos. – se llevó una de las manos hacia el pecho, donde debiera estar el corazón de una persona normal. Al hacerlo, una leve brisa se meció a su alrededor y su hermoso cabello indefinido ondeó emitiendo un suave ulular de viento- mas recuerdo bien a una joven…
Caríode la miraba con temor y expectación. Recordaba a Calisto… la recordaba…
Ariatte abrió los ojos y miró al joven, mostrando una infinita tristeza.
- No tengo ningún suspiro que darte. Ella no suspiró ni una sola vez ante la ventana.
Caríode se quedó de piedra. Mudo del asombro. Aquello era imposible… inaceptable. ¿Calisto no dejó constancia? ¿perdíó la única oportunidad que tenía para guardar su recuerdo en el mundo de los vivos?.
- Pe… ¡pero eso no puede ser!- exclamó el muchacho, angustiado- ¿Has buscado bien? ¡tienes que tenerlo! Ella pasó por aquí, estoy seguro! ¡tu la recuerdas!.
La diosa bajó de nuevo la mirada, impotente y triste ante la idea de ser inútil. Mas ella no poseía el suspiro que le pedían. Bien sabía que le daría todos los susurros que almacenaba en su cuerpo a aquel muchacho, se los daría hasta desaparecer con la última brisa, si él se los pidiera. Pero era imposible darle algo que jamás se existió. Calisto no suspiró aquel día.
Ariatte levantó la mirada, pero no miró al muchacho, que apretaba con rabia los puños y la miraba con impotencia. Miró más allá. Miró al pasado… observó uno de los pocos recuerdos que conservaba en su interior plagado de vientos. Tal vez su único recuerdo… y es que era la primera vez que se encontraba con alguien así. Alguien que lo rechazaba…
Ariatte bajó la mano que había mantenido sobre su pecho. Tal vez no pueda darle el suspiro que buscaba… pero ella era la Diosa de los Suspiros, la guardiana del recuerdo de los que nadie deseaba recordar. Y poseía algo de Calisto…
- No puedo darte un suspiro que no se me confió, joven señor –comenzó a decir la diosa, haciendo que Caríode, que había agachado la cabeza ante la fustración, volviera a alzarla- mas puedo ofrecerte mi recuerdo de ella. Tal vez sea lo más parecido que ella dejó en este mundo. Lo único que podría salvarla de no ser olvidada...
Caríode la observó durante unos instantes, mas no dudó ni un segundo a la hora de responder a la oferta.
- Dámelo. Por favor…
Ariatte asintió, cerró sus ojos, procurando sacar de su interior todo detalle de aquel recuerdo, y, volviendo a centrar su mirada en el infinito, en un pasado de hacía ya diez años, comenzó a relatar…
Mientras esperaba a que la negra puerta de la torre izquierda se abriera.
Mientras aguardaba a la muerte
Los cuatro centinelas desaparecieron a ambos lados del puente: unos entrando de nuevo a la prisión, por la puerta de atrás, y otros, los que custodiaban a la cautiva, pasaron a la sala de decapitaciones, al fondo del puente.
Se fueron porque notaron mi presencia.
Sabían que aquel momento era sagrado desde el mismo instante en que descubrieron que yo existía.
Me dejaron a solas con ella.
Iba a recoger su suspiro. El suspiro que muchos otros antes que ella emitieron con tristeza y desesperanza ante esa ventana.
La joven mujer miró con indiferencia como la puerta que la conduciría a su fatal destino se cerraba tras el centinela. Pude distinguir una sonrisa irónica en su moreno rostro.
Me acerqué a ella, sigilosa. Mas la joven no se volvió para mirarme.
Muchos otros se habían arrodillado a mis pies, suplicando piedad. Perdón. Salvación.
Pero yo se los negué todos.
Solo iba a guardar sus suspiros.
Me aproximé entonces a su oído, para poder susurrarle con confidencia.
- Oh, joven doncella, ¿anhelas la hermosura que contenplas?
Ella no respondió. Apoyó ambos brazos sobre el blanquecino alféizar y descansó la cabeza sobre ellos, aun observando el infinito.
- Se que te han condenado por un crimen, el cual no deseo conocer, que que no estoy aquí para juzgarte. No hago distinciones entre justos y delincuentes.
Soy Ariatte, la Diosa de los Suspiros, y guardo la última esencia de las personas que pasan por este puente. Procuro que su recuerdo no se borre de este mundo. Que no desaparezcan para siempre.
Por eso vengo a recoger tu último suspiro.
Observa con atención, pues, a través de esta ventana. Mira por última vez esa laguna brillante y aquellas enormes rocas que desafían al cielo azul.
Contempla por última vez la belleza de este mundo que pronto vas a abandonar.
Contemplalo, y suspira por él.
Suspira sin miedo, pues la brisa que emitas no se perderá.
Formará parte de mi.
Y yo la guardaré para siempre.
Haré que nunca desaparezcas de este mundo hermoso por el que suspiras.
Entonces esperé. Esperé junto a ella para recoger su suspiro.
Mas en lugar de suspirar, la joven por fin me miro.
En sus oscuros ojos pude ver el cansancio, la desgana y la desilusión.
Pude leer en su mirada una profunda decepción que guardaba en lo más profundo de su alma. Una condena injusta.
- ¿Darte mi suspiro? –preguntó- ¿hacer que nunca desaparezca de este mundo?. Dime ¿Para qué quiero dejar constancia en un mundo que me rechaza?
En aquel instante, no supe que responderle. Nunca antes me habían planteado semejante cuestión.
No entendía por qué no deseaba perdurar…
- Pero, señora, este mundo ahora está en agonía. Sufre por la guerra, y sangra cuando la golpean con los cadáveres de aquellos a los que cría. Mas pronto llegará la paz, una paz de tranquilidad y reposo. Y es entonces cuando tu constancia puede volver a ser reconocida por esta tierra que ahora te rechaza.
- Te equivocas, no estamos en guerra.
- ¿Cómo?
- Ahora estamos en paz.
Pocas cosas pueden sorprenderme, o podían sorprenderme antaño, pero tras escuchar aquello me separé de aquella joven extraña y la observé desde el muro opuesto al que ella se encontraba, aun recostada en la ventana.
La mujer se dio la vuelta entonces para mirarme.
Sus ojos oscuros no me miraron amenazantes, mas bien comprensivos. Mas su expresión era dura y su determinación me asombró.
Tras unos segundos en donde ambas nos miramos, la joven apoyó la espalda contra el muro del puente y miró de nuevo a hacia la ventana, quedando su perfil contorneado por la luz del atardecer.
- ¿No te has preguntado cuál fue la causa de esta guerra? ¿El por qué de pronto estallaron las disputas, las discordias y las peleas?.
El ser humano es un ser caprichoso: desea lo que no posee.
Cuando está en tiempos de guerra, desea la paz.
Cuando está en tiempos de quietud, desea actividad.
Movimiento.
Acontecimientos.
El ser humano necesita sentirse vivo, necesitar vivir.
Pero los hombres ahora son como niños pequeños. No comprenden lo que en realidad desean, o lo que en verdad les perjudica.
Por ello, cuando se cansan de vivir en la paz traicionera, tan solo piensan en que las cosas deben moverse a su alrededor. Desean escuchar voces. Quieren ver que sus vidas no se han parado de pronto en un interminable silencio.
El ser humano provoca la guerra por culpa de esa paz.
El ser humano provoca la guerra porque necesita que las cosas se muevan…
- Eso que dices en triste –dije con sinceridad- es triste y decadente...
- Esta paz es decadente. Es una paz mentirosa.
- Pero entonces, ¿no crees que podáis nunca vivir en armonía?
- Yo no he dicho eso…
- ¿Y por qué no dejas, pues, que guarde tu suspiro?
La mujer no respondió hasta pasados unos segundos.
Entonces dejó de mirar por la ventana y volvió a dirigir sus oscuros ojos hacia mi.
- Porque he de aceptar que yo ya no voy a formar parte de este mundo.
No lo abandono porque quiera, me echan de el, me repudian.
Llámalo orgullo, rencor, o como quieras, pero si me tiran de mi hogar a la fuerza deseo llevarme todas mis pertenencias conmigo allá hacia donde me dirija.
Es lo único que no pueden quitarme.
Mis suspiros son míos, y me los llevaré al otro lado de la puerta.
La miré con impotencia.
No pude rebatirle.
No tenía derecho.
No podía robarle su suspiro...
Los guardias volvieron a aparecer, pero solo los que anteriormente habían desaparecido tras la puerta de la torre izquierda.
La torre de ejecuciones.
- Calisto- llamaron.
- Sí…
La joven, cuyo nombre dudo mucho que pueda olvidar, se alejó de la ventana y se acercó con paso decidido a los centinelas.
Observé como se alejaba con tristeza, mas respeté su decisión.
- Espero que allá donde vayas encuentres por fin la paz verdadera, esa paz que aquí no has podido vivir- le dije, con toda sinceridad.
La joven se detuvo en su caminar. Durante unos instantes nadie dijo nada, hasta que Calisto miró hacia atrás y me dedicó una dulce sonrisa.
La primera y única sonrisa que he podido ver en mi vida rodeada de tristeza y desesperanza.
- Yo sí que he vivido una paz verdadera, Ariatte.
Hay un lugar en donde se siente la armonía, la tranquilidad y la felicidad que toda paz debería brindar.
Un lugar en donde, pese que todo está tranquilo, notas como vives.
Notas como las cosas se mueven…
Anochecía cuando Caríode volvió a cruzar el pequeño paso de madera del lago, dejando atrás el puente, las torres, la laguna y las dos grandes rocas brillantes.
Caminó despacio, con las manos en los bolsillos. No tenía prisa. No había por qué correr…
Pasó ante el denso bosque y entre las rocas húmedas que robaban agua al acuífero, y pasó delante de aquellos campos de gramíneas, grises y amarillos.
Mas cuando notó el dulce olor de la madreselva, dándole la bienvenida a su vuelta, paró su caminar y miró a la lejanía. Miró a aquel inmenso mar de flores blancas y doradas, bañadas por la suave luz de la luna.
Sonrió, tristemente, pero de corazón.
La Diosa no le pudo dar el suspiro que buscaba, pero a cambio le había obsequiado con algo mucho mejor. Algo que Calisto sabía que él apreciaría más que cualquiera de sus brisas.
Le había abierto los ojos. Le había enseñado que no necesitaba ningún suspiro. No le hacía ninguna falta…
Notas como las cosas se mueven…
- Oh… ¿y qué lugar es?
Calisto me miró con ternura, acentuando más su sonrisa.
- Un campo de madreselvas.
Caríode se adentró en el campo, y tras dar unos cuantos pasos, se tumbó con los brazos extendidos en el suave colchón de flores.
Y allí se quedó, mirando el cielo estrellado, hasta que el pasar de las horas hizo que se rindiera al sueño.
Y durmió embriagado con el dulce aroma de las madreselvas…
- ¿Sí?
- Dime… ¿cómo te sientes ahora…?
- …feliz.
Calisto sonrió.
- Esta es la paz verdadera, hermano.
Una paz en donde sientes que, aunque tu no lo hagas, el mundo no deja nunca de moverse…
Notas:
- El Puente de los Suspiros existe de verdad. Se encuentra en Venecia, y, al igual que en la historia, comunica la prisión con el edificio en el que se realizaban las ejecuciones. En este puente hay varias ventanas, en donde se dice que los condenados miraban por última vez Venecia, y suspiraban por ella. (Por eso en el relato se encuentra situado en un enorme lago, simulando el mar en donde se encuentra esta ciudad).
- La descripción de la prisión se corresponde con el interior de la catedral de San Marcos, en donde se encuentran los juegos de colores de mármoles (incluído el que da sensación de reprentar una víscera, solo que en lugar de una columna, es una pared), y el suelo ondulado a causa de la humedad.
- Este relato se me ocurrió cuando estuve allí, en Venecia, hace apenas un par de meses. La historia del Puente de los Suspiros me llevó a imaginar a una diosa que recogía todos los suspiros que allí se lanzaban, y me la imaginaba recostada en aquel puente, con la mira perdida y triste, dando una imagen decadente que casaba a la perfección con el estado de la ciudad, que, al igual que la estructura de la laguna de la historia, se hunde poco a poco en el mar...
Lo dicho, es la leche, me ha encantao :___)
ResponderEliminarDan ganas de irse a Venecia para ver el puente en cuestión. xDDD
Aunque estos relatos sean larguillos entretienen que no veas. ^_^
Un relato muy bueno, verdaderamente hermoso, felicidades :-D
ResponderEliminararigatô! :D
ResponderEliminarAsí que la propia Italia (en concreto Venecia) te inspiró para este relato... Un relato maravilloso, sin lugar a dudas. :_)
ResponderEliminarAunque me he fijado que has llegado a confundir a Caríode con Calisto y a Ariatte con Calisto, pero supongo que son pequeños deslices... también hay un "vallas" en vez de "vayas" (verbo ir), pero no es nada que quede sin corrección... Que lo importante es el contenido, la historia, y ésta es increíble... en el mejor de los sentidos de la palabra, claro. :D
gracias, Draug, me alegro de que te guste ^_^
ResponderEliminarY sí, este relato lo pensé en Venecia, concretamente cuando vi el Puente de los Suspiros. Pero no he podido escribirlo hasta ahora...
Ya he arreglado el lio de nombres XDDD Gracias por avisar (es que lo terminé ayer a las dos de la madrugada y ya no coordinaba... XD).
Pero no he encontrado ese "valla", ¿podrías decirme donde está plis? Así lo corrijo ^^
(por cierto, como curiosidad... al principio, Calisto iba a llevar el nombre de Ariatte, pero como la diosa aparece primero en el relato y no tenía ningún nombre para ella, la llamé así... luego tuve que buscar un nombre para la hermana de Caríode XDDD Aunque así me gusta más... Caríode y Calisto. Pega y todo, no? XD)
Precioso, en serio. Me ha encantado el final, enseña una valiosa lección de una forma muy suave... :)
ResponderEliminarNo te preocupes, Miri, aquí te lo indico...
ResponderEliminar- Espero que allá donde vallas encuentres por fin la paz verdadera, esa paz que aquí no has podido vivir- le dije, con toda sinceridad.
Ése es el "vallas" que debería ser "vayas". ;)
Miri y sus vallas/vayas XD.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho tu relato peque, sobre todo el hecho de que te metes mucho en él. Grandes descripciones, es muy agradable de leer ^^
Felicidades por él!
Uoooo, mooola! =)
ResponderEliminarHe leído las tres partes de un tirón. Muy bueno, aunque he visto algunas faltas (Primera parte: "bastos" por "vastos" y "todos se conocen entre todos", sobra el "entre todos". Segunda parte: "hondulado" tiene una hache de más). He llegado a pensar mientras lo leía que era una especie de reflexión sobre la historia, que siempre ha avanzado con guerras. ¬¬U
ResponderEliminarEn fin, me ha gustado.
/me se pone a aplaudir a Mirian
ResponderEliminarplaf plaf plaf plag
oyoyó!! muchas gracias!! :__)
ResponderEliminaryummie... tengo que empezar a corregir faltas (y cambios de nombres...), pero bueno...
me alegro de que os guste... o de que al menos lo finjais y tal XD
Deed, ójala me perdones, pero me entran unas ganas inmensas de hacer un juego de palabras entre "Ariatte" y parterres, o incluso almácigas... ^__^;;;;;
ResponderEliminareh? XDDDD
ResponderEliminarbueno, no se... el nombre se me ocurrió a boleo... ^^U